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Beskrivelse
ojos de huella o el andar de una herida que no cesa Ah, la poes a que se mancha de sudor o de trazos amargu simos Tengoante mis manos los poemas de todo un recorrido, de todo un festival de la memoria y no puedo sino temblar como los campanarios arrojados al ocaso, como los o dos desmadrados de la historia, comolo que tiembla desprevenido y tiembla pendular sobre los p rpados. Es as como ojos de huella es una evocaci n en cuatro partes dividida, eslabones delimitados por una est tica personal y un ritmo propio, porque cada arruga del pergamino interminable de la vida merece y solicita su nica po tica, exclusiva forma de expresi n. Se atora el toro en el toril abre el fogueo como las primeras piedras que caen de una avalancha inevitable. No es raro entonces que Daniel Barroso pudiendo hablar de ngeles o magnolias haya querido sabotearnos los sentidos con los nombres de una lista que a palabrazos y palabrotas el poeta no permitir que olvidemos f cilmente. Este pa s que se escurre entre sus fulminantes omisiones, en donde ning n analista cabal ha reparado sobre las matem ticas trigonometr as de cristo, en donde el olvido teje su corona de esponjas y venenos, no podr quit rselo a Daniel de encima aunque oc anos de espuma cida sigan rompiendo en las espaldas del mundo. A la final, che en una explosiva urgencia de una garganta a punto de quebrarse de tanto visto y sopesado y dicho, dicho as , de a ratos, como el d a que se aleja hacia su noche funeral e ineludible. A la final, che o esa callecita de la habana quenos apenumbra los ojos, que nos aguevara el alma, tiene que decirnos tanto, ponernos al corriente de aquellos otros hombres que se explican en las distintas notas al pi , en el decurso natural de su prosa. Porque Barroso en salta le anduvo los poemas a castilla y este acerc su barba a esas demoliciones de palabras que con un violent simo lirismo documentan c mo de un balazo estall el azafr n rojo delombligo de su cumpa y selo dejaron como un hueco de azucenas tirado en cruz sobre la calle. A la final, che uno no es m s que ese charco de sangre y de gladiolos que contrabandeamos en la furia ocular de las euforias. No s hasta que punto postales aztecas no nos ocasionar un conflicto diplom tico con M xico, ya que todo el colorido y la atm sfera espacial de sus paisajes fueron robados por los poemas de esta serie. El z calo, la plaza de coyoac n, xalapa, palenque, cichen itz , han quedado hu rfanos de im genes despu s de versos como el diente rojo de la tarde ro a sombras sobre coyoac n, o como persigo un sonido de huesos como labios sobre la garganta terrestre. Ya la noble tierra azteca tendr que contentarse con enviar todas sus bellezas naturales, todos sus contingentes tur sticos a la profundidad de las postales de Daniel, el ladr n de los colores. Por ltimo, efectos personales representa la instancia l dica e ingeniosa de una conspiraci n distinta, la de tomarnos por sorpresa las sonrisas sin que esto juegue en contra a la parte de la historia que no se r e m s por no quedarse. Reciclajes y refranes son los ejemplos m s evidentes de la voluntad de jugar con las palabras siempre y cuando ellas se dejen manosear. Juegos de palabrascomo besos, como guerra, como las palabras que son el silencio de dios, como el silencio de los hombres que a veces nos despierta en la mitad de una palabra. Tengo entre mis manos los poemas de todo un recorrido, de toda una vivencia de amores y de horrores. Se me pide un pr logo como si uno pudiera hablar de la belleza, de la cruda belleza de las cosas que se nombran o creen ser nombradas y yo, completamente sometido a los efectos de este libro, escribo apenas mi impresi n que es como un beso de arena, un abrazo de fuego o una gratitud. Bs. As. 31 de julio de 2001 Flavio Crescenzi