Niños de blanco en la cueva del lagarto

La llamaba simplemente Delia. Era m?s que una t?a: en parte madre, amiga, consejera, mentora e instructora de literatura. Sab?a de su valor y poderes con su amabilidad, sonrisa bondadosa, estoicismo para soportar contingencias de su abnegado trabajo docente en situaciones inh?spitas y dificultades familiares. Fue maestra rural, directora e inspectora de escuelas, pero m?s importante, orientadora de ni?os de la chacra y el monte. Ejerci? en Tey? Cuar?, bell?simo lugar, pero sin las comodidades de la vida moderna: sin rutas, tel?fonos e Internet; con escaso dinero, pero con la firme convicci?n de ense?ar, educar, e inculcar principios ?ticos y morales indiscutibles como la verdad, decencia, trabajo, estudio y respeto tanto a la familia, autoridades, la patria y a Dios.

Se fue de repente, cuando el ri??n de su hermana y donante, mi t?a Irma, dej? de funcionar. Nunca llor? m?s una p?rdida. Nunca vi m?s tanta bondad, nunca vi m?s tanta decencia. Por suerte, su hijo Daniel us? su virtud literaria para relatar, en esta obra, una parte de la vida de Delia, y describir con frescura y sensibilidad las realidades de la vida en el monte. Es un homenaje a cientos de h?roes y hero?nas, verdaderos patriotas docentes y decentes que ayudaron a hacer crecer a miles de ni?os. Es una descripci?n real de la historia cotidiana y humilde del interior de la provincia de Misiones de hace algunos a?os, como no lo vi escrito antes, haciendo apolog?a del cuidado y de las bondades de la belleza natural Misionera con sus r?os, arroyos, fauna y flora. Daniel rescata la importancia de los valores humanos con objetividad, sin caer en exageraciones o demagogias. Resalta lo espiritual y sentimental sobre lo material resultando en una lectura placentera y feliz. Leerlo nos hace ver que la vida es bella, a pesar de las circunstancias.