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Beskrivelse
En el siglo I de nuestra era vivi un hombre llamado Jes s en Judea, en ese tiempo una provincia de Roma. El hombre de origen rural era considerado por unos como un profeta, por otros como un loco y por otros m s como un peligro para la seguridad de Israel. En sus ltimos d as predic en Jerusal n sobre la inminente destrucci n de la ciudad santa y de su templo. Su profec a inclu a lenguaje parab lico. Jes s hablaba, seg n las fuentes que nos han llegado, sobre el viento que tra a se ales, posiblemente haciendo un eco a las palabras del profeta Isa as, y enigm ticas par bolas sobre el novio de bodas y la novia. Algunas personas hallaron ofensivas sus palabras, lo hicieron arrestar y azotar. Sin estar seguros de qu hacer con l, las autoridades del templo lo entregaron al procurador romano. Cuando Jes s estuvo frente a l, el gobernador de Roma lo interrog y le pregunt qu era todo aquello que estaba profetizando, pero el prisionero no dijo una sola palabra; permaneci en silencio. El procurador lo hizo azotar de nuevo, sin que el hombre se lamentara ni mostrara una l grima. Tampoco maldijo a quienes se burlaban de l y lo golpeaban. Jes s se lament una vez m s por el destino de los habitantes de Jerusal n y finalmente ah , no lejos del templo, encontr la muerte... aplastado por la piedra de una catapulta.
No hay muchos detalles m s sobre la vida de Jes s hijo de Anan as, o Jes s ben Anan as, excepto que pereci cerca del templo en el a o 70 DC cuando un proyectil de una catapulta romana lo golpe en la cabeza durante el sitio a la ciudad. Este desafortunado profeta estuvo activo cuatro d cadas despu s de su mucho m s c lebre antecesor, Jes s de Nazaret, que muri no alcanzado por un proyectil en el templo, sino crucificado afuera de la ciudad alrededor del a o 30 DC. Es posible que ambos personajes alguna vez se hayan cruzado, cuando el hijo de Anan as era un muchacho y el nazareno ya un profeta influyente. Quiz el segundo inspir al primero. Nunca lo sabremos con seguridad, como tampoco sabremos qu otras cosas dijo e hizo Jes s hijo de Anan as, porque sus disc pulos -si es que los tuvo- no preservaron sus palabras ni repitieron ritualmente sus acciones. Solamente el historiador jud o Flavio Josefo preserv la curiosa historia de ese otro Jes s en su libro La Guerra de los Jud os, escrito cinco a os despu s de los hechos.
El anterior es la mejor evidencia de que Jes s de Nazaret, el mes as cristiano, no fue el nico l der de un movimiento prof tico carism tico en el siglo I en Judea, ni siquiera en su natal Galilea, poblada de profetas y revolucionarios. Tampoco fue el nico jud o de su poca en ser considerado hijo de Dios con el poder de hacer milagros. Ciertamente tampoco fue el nico en ser llamado mes as cuando Roma ocupaba el pa s. Como l, otros galileos fueron ejecutados por las fuerzas de ocupaci n bajo cargos de sedici n (" ste es el rey de los jud os"). El fundador del cristianismo vivi en una provincia y en una poca que produjo otros como l, hombres inspirados que dec an tener un mensaje divino o una misi n del Padre celestial para la redenci n de su pueblo, Israel. En su mayor parte olvidados, ellos fueron los otros profetas, hacedores de milagros y mes as -en algunos casos aclamados como reyes- contempor neos de Jes s de Nazaret. El Nuevo Testamento no niega la existencia de otros hacedores de milagros activos en la misma poca; dan pistas sutiles pero inequ vocas de su presencia, y en el caso m s conspicuo, aunque reconocen su enorme carisma, se esmeran en ponerlo como inferior a Jes s. Estamos hablando de Juan el Bautista, un profeta por derecho propio, con un ministerio independiente que incluso expres sus dudas sobre su competidor, Jes s. Pero hubo otros m s.