Aguafuertes Cariocas

Me rajo, queridos lectores. Me rajo del diario... mejor dicho, de Buenos Aires. Me rajo para el Uruguay, para Brasil, para las Guyanas, para Colombia, me rajo... Continuar? enviando notas. No lloren, por favor, no! No se emocionen. Seguir? alacraneando a mis pr?jimos y charlando con ustedes. Ir? al Uruguay, la Par?s de Sud Am?rica, ir? a R?o de Janeiro, donde hay cada menina que da calor; ir? a las Guyanas, a visitar a los presidiarios franceses, la flor y crema del pat?bulo de ultramar. Escribo y mi cuore me late aceleradamente. No doy con los t?rminos adecuados. Me rajo indefectiblemente. Qu? emoci?n! Hace una purretada de d?as que ando como azonzado. No doy pie con bola. Lo ?nico que se aparece ante mis ojos es la pasarela de un piccolo nav?o. Yo a bordo! Me caigo y me levanto! Uy, di?! Si me acuerdo de mis tiempos turros, de las vagancias, de los d?as que dorm? en las comisar?as, de las noches, entend?monos, de los viajes en segunda, del horario de ocho horas cuando laburaba de dependiente de librer?a; del horario de doce y catorce horas, tambi?n, en otro boliche. Me acuerdo de cuando fui aprendiz de hojalatero, de cuando vend?a papel y era corredor de art?culos de almac?n; me acuerdo de cuando fui cobrador (los cobradores me enviaron un d?a una felicitaci?n colectiva). Qu? trabajo maldito no habr? hecho yo? Me acuerdo de cuando tuve un horno de ladrillos; de cuando fui subagente de Ford, qu? trabajo maldito no habr? hecho yo? Y ahora, a los veinte y nueve a?os, despu?s de seiscientos d?as de escribir notas, mi gran director me dice: -And? a vagar un poco. Entretenete, hac? notas de viaje. Bueno. El caso es que he trabajado. Sin vueltas. La he yugado cotidianamente, sin un domingo de descanso. Cierto es que mi trabajo dura exactamente treinta minutos, y que luego me mando a mudar a tomar fresco. Pero eso no impide que baile en cuatro pies.